10.2.11

Un día en Gruyères


Tras el calvario de los exámenes, he pasado unos días–con la mejor de las compañías– en una casita al borde del Lac de la Gruyère, en el cantón de Fribourg. Con un tiempo de primavera, el sol bien alto y luciendo con orgullo. Muy poco suizo para ser febrero, así como el paisaje pobremente nevado. Pero las esquiaras ya llegarán a finales de mes.

La primera parada fue el pueblo de Gruyères, cuyo nombre sonará aunque sólo sea por el queso que da vida a la fondue. A poco más de una hora de Lausanne y por 4,40CHF, el tren de La Gruyère, una reliquia de dos vagones, te deja a los pies de la pequeña colina donde se asienta la vieja ciudad. Pueblecito, vamos a llamarlo.
Nada más salir de la gare topamos con la Maison du Gruyère, donde reposan miles de quesos. Grabé un vídeo del momento en el que la máquina se encarga de salinizar una de las enormes ruedas de queso para luego dejarla descansar durante varias semanas.

A 15 minutos andando llegamos al pueblo de Gruyères. El castillo que gobierna la colina y el museo de HR Giger, el creador de Alien, son las dos principales atracciones. Si bien el museo merece y mucho la pena, el castillo vale más en nuestras cámaras que entrando en él. Sin mucha lógica ni gusto, se suceden exposiciones de diversa índole que nada tienen que ver con la historia del castillo, prácticamente omitida.
Puedes hacer con un abono para el castillo + museo Alien por 17CHF, o pagar por separado (unos 8CHF). Hay precios para estudiante.

Por mucho que uno pueda pensar que no existen costes de transporte en el pueblo del queso suizo más famoso, comer una fondue en Gruyères sale más caro de lo que uno piensa. Precios de 35CHF por persona en Restaurant les Remparts, Hostellerie St-Georges o Hôtel de Ville Jean-Luc Dumas.
Para los que aún somos estudiantes y no nos importa el qué sino el cómo, hay un caminito que sale a mano derecha justo antes de entrar al castillo y que termina en un cementerio. A mitad de camino puedes ponerte donde sea y disfrutar de un picnic con vistas al Moléson que no tendrás en la plaza de Gruyères. Pero para gustos y bolsillos, hay colores.


Eso sí, recomiendo, para no perder la esencia, un café en cualquiera de las terrazas de la Rue du Château.

La casita en la siguiente entrada.



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